Hace
unos añitos, un congreso con mayoría absoluta pepera aprobó embarcar al país en
una guerra ilegal en contra de la inmensa mayoría de los ciudadanos. La mitad
derecha de aquel congreso, atrapada entre la obediencia debida al líder y la
certeza de estar dirigiéndose al abismo, no tuvo mejor ocurrencia que huir
raudamente hacia delante y dedicarle al presidente guerrero una atronadora
ovación, que causó perplejidad y asco a partes iguales fuera del hemiciclo.
Aquel aplauso, junto a otros famosos gestos, significó el principio del fin de
la era Aznar.
Años
después, otro presidente compareció en el parlamento, para anunciar una
enmienda a la totalidad a su programa electoral, sus promesas previas y sus
supuestas convicciones, obligado por Bruselas y “los mercados”. Era el inicio
de una intervención de facto de la economía española, la renuncia por parte de
los socialistas a proponer una salida a la crisis alternativa al
neoliberalismo, y efectivamente, supuso el principio del fin de la era
Zapatero.
Ayer
en el congreso parecíamos vivir un revival chusquero (la historia, que se
repite como farsa) de ambas sesiones. Por un lado, el presidente acorralado al
que obligan a enmendar por tercera vez sus presupuestos (en tres meses),
tragándose sus promesas al tiempo que dinamita lo poco que le quedaba de
credibilidad. Por otro, un grupo de diputados serviles, preocupados sólo por
cómo podrán salir de ésta sin ver mermados sus beneficios, que escuchan una
frase tan fuerte como “para incentivar la búsqueda de empleo reduciremos las
prestaciones por desempleo”, y quizá porque no saben qué cara poner, se lanzan
a aplaudir.
Las
gentes del PP son como una mezcla entre el orgulloso hidalgo español y el
hortera carajillero (copa de magno y purito dux) del Bar Manolo: chulos,
prepotentes, orgullosos de su ignorancia, prestos al agravio y con una
capacidad de análisis similar a la de Sergio Ramos. Su hooliganismo, por tanto,
no debería ser tan sorprendente. Pero me sigue dejando anonadado la capacidad
que tienen para el autoengaño.
Digámoslo
claro: este gobierno no tiene ni idea de adonde va, sus supuestas soluciones no
sólo no funcionan sino que nos hunden cada día un poco más en el abismo, y se
dedica a improvisar parches cada vez más gordos con el único afán de mantenerse
a flote unos días más.
Primero
hay que reducir el déficit al 4’4%, así que subo el IRPF y hago una reforma
laboral. Luego me planto y digo que el déficit lo dejaré en el 5’8 porque yo lo
valgo, a la semana resulta que será el 5’3, y para eso recorto 10.000 millones
más de lo que decían mis presupuestos y monto una amnistía fiscal que no está
funcionando, así que le voy cambiando las condiciones a petición de los
defraudadores semana sí, semana también. Pero nada surte efecto, así que
negocio con Bruselas que ahora el objetivo sea el 6’2, y a cambio recorto
65.000 millones más. ¡Y todo esto en seis meses! Suerte que era un gobierno
serio, suerte que tenía un plan, suerte que iba a generar confianza. ¡Los
payasos de la tele eran más serios que esta tropa!
Después
de la foto de las Azores, los simpatizantes del PP empezaron a esconderse. Por
vergüenza. Pasado el 10 de Mayo, cada vez fue más difícil encontrar a nadie que
te defendiera a ZP. Si lo pensaban, se lo callaban. Por vergüenza.
El
11 de Julio debe significar lo mismo para el gobierno Rajoy, que no le ha
declarado la guerra a un país extranjero, sino a sus propios ciudadanos.
Debemos conseguir que se queden solos, tan solos que sus propios militantes
salgan a la calle con la cabeza gacha, tan solos que la más leve brisa les haga
caer.
Y
para lograrlo no hay más vía que la de la contestación. “Sólo de pensar en otra
huelga general ya me agoto”, me decía ayer una amiga, y lo cierto es que yo
también, pero no hay más narices, gente: a redoblar esfuerzos, a llenar las
calles, a paralizar el país cuantas veces sea necesario hasta que caiga el
gobierno y sus políticas.
1 comentari:
Esperemos que se vaya desmoronando el electorado del PP como el del PSOE, preocupa mucho hasta que punto este país ha perdido soberanía con "Los Mercados" y "Bruselas", son como el coco, nos acojonan sin siquiera saber quienes son.
Por cierto, los dos últimos párrafos son pura poesía.
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